Biblia Viva

...la Biblia de Jerusalén

II Macabeos 7, 2-30

2 Uno de ellos, hablando en nombre de los demás, decía así: «¿Qué
quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir
antes
que violar las leyes de nuestros padres.»

3 El rey, fuera de sí, ordenó poner al fuego sartenes y calderas.

4 En cuanto estuvieron al rojo, mandó cortar la lengua al que había
hablado en nombre de los demás, arrancarle el cuero cabelludo y cortarle
las extremidades de los miembros, en presencia de sus demás hermanos y
de su madre.

5 Cuando quedó totalmente inutilizado, pero respirando todavía,
mandó que le acercaran al fuego y le tostaran en la sartén. Mientras el humo
de la sartén se difundía lejos, los demás hermanos junto con su
madre se
animaban mutuamente a morir con generosidad, y decían:

6 «El Señor Dios vela y con toda seguridad se apiadará de nosotros,
como declaró Moisés en el cántico que atestigua claramente: "Se apiadará
de sus siervos".»

7 Cuando el primero hizo así su tránsito, llevaron al segundo al
suplicio y después de arrancarle la piel de la cabeza con los
cabellos, le
preguntaban: «¿Vas a comer antes de que tu cuerpo sea torturado miembro
a miembro?»

8 El respondiendo en su lenguaje patrio, dijo: «¡No!» Por ello,
también éste sufrió a su vez la tortura, como el primero.

9 Al llegar a su último suspiro dijo: «Tú, criminal, nos privas de la
vida presente, pero el Rey del mundo a nosotros que morimos por sus leyes,
nos resucitará a una vida eterna.»


10 Después de éste, fue castigado el tercero; en cuanto se lo pidieron,
presentó la lengua, tendió decidido las manos

11 (y dijo con valentía: «Por don del Cielo poseo estos miembros, por
sus leyes los desdeño y de El espero recibirlos de nuevo).»

12 Hasta el punto de que el rey y sus acompañantes estaban
sorprendidos del ánimo de aquel muchacho que en nada tenía los dolores.

13 Llegado éste a su tránsito, maltrataron de igual modo con suplicios
al cuarto.

14 Cerca ya del fin decía así: «Es preferible morir a manos de
hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por
él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida.»

15 Enseguida llevaron al quinto y se pusieron a atormentarle.

16 El, mirando al rey, dijo: «Tú, porque tienes poder entre los
hombres aunque eres mortal, haces lo que quieres. Pero no creas que Dios
ha abandonado a nuestra raza.

17 Aguarda tú y contemplarás su magnifico poder, cómo te
atormentará a ti y a tu linaje.»

18 Después de éste, trajeron al sexto, que estando a punto de morir
decía: «No te hagas ilusiones, pues nosotros por nuestra propia culpa
padecemos; por haber pecado contra nuestro Dios (nos suceden cosas
sorprendentes).

19 Pero no pienses quedar impune tú que te has atrevido a luchar
contra Dios.»

20 Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella
madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría
con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor.

21 Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de
generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de
mujer, les decía:

22 «Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os
regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada
uno.

23 Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su
nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu
y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a
causa de sus leyes.»

24 Antíoco creía que se le despreciaba a él y sospechaba que eran
palabras injuriosas. Mientras el menor seguía con vida, no sólo trataba de
ganarle con palabras, sino hasta con juramentos le prometía hacerle rico y
muy feliz, con tal de que abandonara las tradiciones de sus padres; le haría
su amigo y le confiaría altos cargos.


25 Pero como el muchacho no le hacía ningún caso, el rey llamó a la
madre y la invitó a que aconsejara al adolescente para salvar su vida.

26 Tras de instarle él varias veces, ella aceptó el persuadir a su hijo.
27 Se inclinó sobre él y burlándose del cruel tirano, le dijo en
su

lengua patria: «Hijo, ten compasión de mí que te llevé en el seno por nueve
meses, te amamanté por tres años, te crié y te eduqué hasta la
edad que
tienes (y te alimenté).

28 Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que
hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que
también el
género humano ha llegado así a la existencia.

29 No temas a este verdugo, antes bien, mostrándote digno de tus
hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con
tus
hermanos en la misericordia.»

30 En cuanto ella terminó de hablar, el muchacho dijo: «¿Qué
esperáis? No obedezco el mandato del rey; obedezco el mandato de la Ley
dada a nuestros padres por medio de Moisés.